Te despertaste temprano, muy temprano. Fuiste a hacer pis y sin lavarte la cara rehuiste a contemplarte en el espejo del baño. En el silencio cotidiano, en el que humedecías la tostada en el café con leche, percibiste que la realidad lucía un ápice desencajada. La incomprensión súbita de tu estado físico y mental te desanimó por completo y cierta sensación de monotonía perpetua dejó sin sabor, sobre la mesa ratona, el resto del desayuno. Con la intención de espabilarte encendiste un cigarrillo, pero fue peor. El sueño se apoderó de ti y no te soltó hasta pasadas dos largas horas de indecisión de las que, finalmente, resolviste volver a la cama. El día mientras, se te presentaba según su oscura lógica y sólo quizás, podrías llegar a comprender qué sucedía si supieras el motivo por el cual te sientes incompleto. ¿Y llegaré a saberlo?, te preguntabas retórico desde la cama, donde intentabas dormir, irresuelto, con la conciencia desvelada tironeándote de las sábanas. Cuando volviste a despertar había pasado el mediodía y maldijiste saber que esta noche no podrías acostarte temprano porque sin querer, has cambiado tus horarios de sueño. Mañana, tocaría deambular, dormido todo el día. Ahora, pese a no tener sueño, te sientes más cansado que antes y te ves en la absurda obligación de encajar en la rutina diaria; si no, habrás de soportar la fatalidad de sentirse ausente del día y de sus horas. Desanimado como te encuentras, ninguna de las actividades planeadas el día anterior te satisfacen; todas te parecen cuestionables y problemáticas desde alguno de tus múltiples puntos de vista. Tampoco te apetece llamar a nadie: te sentirías un extraño frente a tus amigos y hasta el momento ninguno te ha llamado. Al fin, luego de deliberar, logras salir a la calle con la convicción de que el aire te sentará bien y te acercará al ritmo que la ciudad impone. Pero no, te basta con sólo caminar diez pasos para sentir la agresión del ruido circundante, del movimiento loco y desbordante de transeúntes, coches, trozos de calles en plena repavimentación y, el inconfundible sonido del martillo hidráulico que repiquetea encontrándote al doblar alguna esquina. De haber estado loco, hubieses pensado que el día confabulaba contra ti. Pese a todo, seguiste en pie, caminando durante horas; no ya con la intención encontrar algo que lo justificara, sino con la intención de agotarte en él y rendirte ante la tarde. Te repreguntas cuándo acabará el día y el día no acaba, bajo el sol de un verano que evaporó tu sombra. Finalmente, creyendo que ya es suficiente, vuelves, abatido a casa, con la sensación de haber salido en vano.
Y al entrar al living lo ves, sentado en el sofá, solo y olvidado. Con la alegría de volver a verte, tu reflejo, escapado del espejo del baño, te saluda.
−Buenas noches, te esperaba−, te comunica sin aires de reproche. Y tú, ahora te sientes completo.
Hernán Franzese (Mar del Plata, 1976) es Profesor en Letras por la Universidad de Mar del Plata. Posee una Licenciatura en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona y un Máster en Creación Literaria en la Universidad Pompeu Fabra. Ha trabajado como docente y corrector editorial. Finalista dos años consecutivos del XV y XVI Concurso internacional de relatos policíacos de la Semana Negra de Gijón, Profesor Caramba (Libros Indie, 2019), es su primera novela publicada. Reside en Barcelona desde el 2004.